Para tripulaciones y pasajeros en vuelo, el fenómeno tuvo diferentes matices. Si la aeronave volaba en paralelo a la banda en dirección oeste a este, el eclipse pudo ser apreciado por más de tiempo; y las mismas experimentaron condiciones parecidas a las nocturnas por varias horas, con un efecto visual similar al de una noche con luna brillante. En cambio, si se volaba de este a oeste contra la trayectoria visible el lapso de tiempo fue menor.
Aún con un oscurecimiento del sol al 99%, los efectos en la retina pueden ser como quemaduras que podrían producir daños irreversibles incluso antes de que el observador se percate de ello. Ni lentes de sol, cámaras, binoculares, telescopios u otros instrumentos ópticos ofrecen protección alguna para estos casos.

Los lentes certificados por ISO 12312-2 son los únicos con la debida protección o de manera alterna los vidrios para soldadura con un factor de protección mayor a 14.
El entusiasmo en torno al acontecimiento contagió a la aviación comercial y, por supuesto, a la propia NASA: Southwest programó dos vuelos que cruzaron la trayectoria del eclipse. Alaska Airlines planeó un viaje sólo para invitados que sobrevoló la costa de Oregon, para una primera mirada cuando el eclipse se acercaba a los Estados Unidos.

La NASA hizo observaciones científicas del evento con dos jets WB-57F modificados que cazaron el eclipse a lo largo del país. Dos telescopios montados en la nariz de cada jet captaron las imágenes más nítidas de la atmósfera exterior del sol, la corona y las primeras imágenes térmicas de Mercurio. La NASA también coordinó el lanzamiento de 57 globos de gran altitud por alumnos en todo el país, que subieron hasta los 100 mil pies y enviaron imágenes en directo a la internet.

Hubo además arrendamiento de aviones particulares para aficionados, así como aeropuertos de aviación general totalmente colmados para ser partícipes del considerado “Eclipse del siglo”.