Corrían los años 50, la tecnología de vuelo supersónico acababa de llegar a la aviación militar, y las compañías experimentaban con nuevos prototipos cada pocos años. El Grumman F-11 Tiger, de hecho, era el primer caza de la compañía en superar Mach 1, y el segundo modelo supersónico en incorporarse a la armada.
En septiembre de 1956, uno de estos aviones realizaba un vuelo de prueba a lo largo de la costa de Long Island. El piloto, un veterano llamado Thomas W. Attridge Jr, realizó un picado en 20 grados desde una altura de 6.000 metros y disparó una salva al océano con sus ametralladoras Colt Mk12 de 20 mm.
Al llegar a los 4.000 metros disparó una segunda salva, activó el sistema de postcombustión y aceleró su descenso. Al cabo de apenas un minuto, el cristal de cabina comenzó a agrietarse y el motor sufrió un fallo crítico. El piloto trató de volver a la base pero tuvo que saltar del avión al poco tiempo. En la caída se fracturó una pierna y se dañó varias vértebras. El avión fue destruido.

En el informe preliminar del incidente, Attridge declaró que el avión probablemente había colisionado con algún pájaro pequeño. Cuando los técnicos de Grumman recuperaron los restos del aparato y los inspeccionaron descubrieron la verdadera causa del accidente. El piloto se había derribado a sí mismo.
Cuando disparó la segunda salva de balas, el piloto mantuvo el mismo rumbo que los proyectiles y aceleró. Las balas salieron a unos 3.200 km/h (combinando el impulso del avión con el de la ametralladora), pero pronto perdieron velocidad. Llegó un punto en el que el F-11 alcanzó su propia munición y chocó con la ráfaga.
Una de las balas impactó en el morro, la otra agrietó el cristal de la cabina y la tercera se coló por la toma de aire del motor, averiándolo. Fue la primera vez que un avión a reacción se ametrallaba a sí mismo, un tipo de accidente que no se veía desde los días de los aviones a hélice con ametralladoras en el morro.
*Con información de Vía Popular Mechanics y Gizmodo