El primer punto reconsideraría las limitaciones de emisiones sonoras en aviones supersónicos, y el segundo facilitaría la obtención de autorizaciones para efectuar pruebas de aeronaves supersónicas en los Estados Unidos.
En el mundo, algunas startups como Aerion y Boom, desarrollan aviones ejecutivos con capacidades de vuelos supersónicos. Asimismo, la NASA, en alianza con Lockheed Martin, también busca soluciones para viabilizar los vuelos comerciales supersónicos.
La regulación vigente data de 1960, cuando los proyectos Concorde y el TU-144 pronto verían la luz, por lo que, entre los Estados Unidos y Europa, se suponía habría cientos de vuelos comerciales diarios, y por ello las autoridades temían a las consecuencias del llamado estruendo sónico. Las ondas de choque extremadamente violentas y el efecto generado por la rotura de la barrera del sonido, ocasionaban una enorme energía sonora con efectos similares a los de una explosión, que tendían a causar daños en edificaciones, vehículos y a la salud humana.
Pero tal cosa no ocurrió, pues el escaso éxito comercial del Concorde y el fracaso del TU-144 significaron un número radicalmente inferior de vuelos comerciales de los que se esperaban.
Y es que en esa década, Europa acusó a Estados Unidos de crear una regulación sólo para prohibir los vuelos del Concorde, que estaban autorizados a funcionar a velocidades supersónicas únicamente sobre océanos y no sobre tierra firme, razón por la que, por ejemplo, podían llegar desde Europa hasta ciudades como Los Angeles o San Francisco nada más que a velocidades subsónicas, lo que hacía perder su valor diferencial versus aviones convencionales. Volando a bajas velocidades, el consumo de combustible se volvía exagerado y los costos resultaban en operaciones comercialmente inviables.