En la vida siempre hay algo que nos apasiona más que otra cosa; algunos aman el deporte, a otros les apasiona el arte. A Rubén le encanta acostarse a ver tres temporadas seguidas de sus series en una noche y a Lorena le gusta salir por ahí y pasar un buen rato con sus amigos.

A nosotros, los cinco personajes de esta historia, también nos gusta hacer todas esas cosas, pero como dije un poco más arriba, hay algo que a nosotros nos gusta mucho más, la fotografía y los aviones. La vida del plane spotter siempre está ligada a las corridas, a la poca planificación, y por que no decirlo, algo de frustración, pero por sobre todo, mucha adrenalina. Pero, ¿por qué me tendría que dar adrenalina tomar fotos a un simple avión? Para responder a esa pregunta simplemente hay que observar no solo la fotografía, sino todo el contexto que la envuelve.
Un par de semanas atrás, publicamos esta nota sobre la llegada de nada más y nada menos que el segundo avión de carga más grande del mundo, el Antonov An-124-100-150 y su debut en operaciones en el Aeropuerto Internacional Guaraní que sirve a Ciudad del Este. En esta ocasión, te contaré los por menores y como vivimos esa aventura nosotros, los cinco spotters, a más de 350 km de nuestros hogares.
Transcurría la tarde del viernes 20 de septiembre, me encontraba en mi casa disfrutando de mi día libre ya que era mi cumpleaños (perdón, tenía que mencionarlo), cuando en uno de los tantos grupos de WhatsApp, salta el rumor de que un Antonov An-124 estaba en la ciudad de Neuquén, Argentina, y que vendría a Paraguay, específicamente al aeropuerto Guaraní del este de nuestro país. Hasta ese momento, solo era eso, un rumor, que hasta lo tomé con un poco de burla, ósea, ¿un Antonov a Paraguay? No había chance. Tomé esa noticia hasta de forma irrisoria, pero dos horas después todo cambió. En nuestro grupo de spotters, nuestro jefe de edición confirmó la noticia, el An-124 vendría al aeropuerto Guaraní el sábado 21, ósea al día siguiente.
¡Boom! Explotó la bomba, literalmente, la desesperación comenzó a correr por mi cuerpo, el Antonov venía a Paraguay, pero a un aeropuerto ubicado exactamente a 303 km de mi casa. ¿Cómo hacer? ¿Cómo voy a ir? ¿Voy a ir?, eran algunas de las demasiadas preguntas que rondaban en mi cabeza. Sin bacilar, ni dudar un segundo, le mando un WhatsApp a mi amigo y compañero de spotting del grupo ASU Spotters, Juan Pablo Medina (Juampy), contándole lo que estaba pasando y que algo debíamos hacer, debíamos estar ahí. Y comenzamos a cranear la forma de hacerlo. – ¿Tu auto está para viajar? – No está en el taller, ¿El tuyo? -No, está con problemas, vamos en bus.
De una u otra manera, el viaje se estaba gestando.

Los chats estaban saturados, mensajes iban y venían, la información era escasa pero las ganas abundantes. Me comunico con Héctor González, miembro del grupo de Spotters amigo llamado “Todo Aviones”, quien estaba con la misma incertidumbre que Juampy y yo. En ese momento solo una frase reinaba en todos los chats. “No sé cómo, pero yo voy a ir”. Héctor me confirma que otro miembro de su grupo se prendió al viaje, ya éramos cuatro. Al final, “Juampy” logró una solución “angelical” (la cual, personalmente no me dejó para nada tranquilo) para su vehículo y estábamos para viajar, el cielo se nos estaba despejando, los cuatro spotters saldríamos a las 4:00 rumbo a SGES. A los 90 del segundo tiempo aparece el quinto Spotter, miembro de ASU Spotters, Naoto Goto, me dice querer ir, pero no tenía con quien, y coordinando los detalles se suma al grupo e iríamos con él en su vehículo, formando así el quinteto que iría a cazar fotográficamente a la bestia ucraniana. El viaje se confirmó finalmente para las 5:00. Las cámaras estaban listas, y la ansiedad, a flor de piel.

Llegó el día 0, exactamente a las 5:00, tres de los cinco spotters llegábamos a la casa del cuarto, el último se nos uniría por el camino. 6:00 de la mañana, la ruta ya era nuestra. Transcurría el viaje, anécdotas y pláticas varias, temas como fotografía, industria aeronáutica, memes, curiosidades de nuestros viajes y vivencias como spotters nos hacían compañía, debíamos llegar a medio día, ya teníamos todo planeado en teoría, nada podría salir mal. En teoría…
El Antonov An-124 debía llegar aproximadamente a las 13:00 hora local. Una alarma sonó cuando estábamos a medio camino. Se cambió la hora, el avión al final llegaría a las 15:00 horas. La incertidumbre se apodera de la cabina del automóvil, ¿y si vamos y el avión no llega? ¿o si a última hora decide ir a otro aeropuerto?, después de todo en la aeronáutica y con los aviones de carga, nunca está dicha la última palabra. Pero abandonar no era opción, había que seguir.
Llegamos justo según lo planeado, en el aeropuerto fuimos recibidos por nuestros amigos de la zona con quienes compartimos charlas y más risas. Faltando poco más de una hora para el medio día estábamos ansiosos, pero en FlightRadar24 no había rastros del monstruo ucraniano. Entre charlas y el infaltable tereré, se hizo el medio día, las acreditaciones para ingresar a pista estaban hechas, era cuestión de verlo llegar. Entre medio, un vistazo rápido al FlightRadar24, el An-124 prendió ADS-B. La alegría y la emoción volvieron con la misma fuerza que cuando nos enteramos por primera vez que vendría. Pero, a diferencia de la primera vez, nosotros ya estábamos ahí, y ya estábamos listos.
Se aproximaba la hora, eran las 14:15 cuando volvíamos al aeropuerto luego de compartir un almuerzo juntos, las bromas y las carcajadas ya eran nuestras compañeras, y, al igual que nosotros disfrutaron a pleno esta experiencia. Una vez llegados al aeropuerto, el ingreso a plataforma fue inmediato, los chalecos reflectivos, indispensables para operaciones en plataforma, además de los gorros para el sol agobiante que abrazaba con fuerza la rampa del aeropuerto Guaraní, acompañaban nuestras cámaras, las que serían el nexo entre el avión y nosotros. ¡La ansiedad a flor de piel! De repente al noreste de la cabecera se veía una silueta virando. ¡Es él! ¡Es El avión! Gritaba un niño en la terraza, que junto con una cantidad increíble de curiosos daban un color inusual a la principal terminal aérea del este.
En ese mismo momento ya no éramos cinco, cada uno fue por su lado, cual artista buscando su inspiración, buscando su punto de enfoque, para lograr la toma que cada uno buscaba. El ucraniano ya estaba en final corta, la emoción en su pico máximo. El avión ya estaba ahí, a metros del asfalto de la pista, y cual amigo traicionero comencé a sentir puñaladas de ideas inseguras que pasaban por la cabeza. Cosas como, “¿me ubiqué bien?” “¿voy a llegar?” “Mi teleobjetivo es muy corto”, pero ya no había vuelta atrás. El avión toca tierra, es hora de empezar.
Cinco spotters llegaron juntos desde Asunción, cruzaron todo su país, de oeste a este, pero en ese momento estaban todos dispersos por la plataforma del aeropuerto Guaraní, el objetivo estaba en frente, nada más y nada menos que el Antonov An-124, de repente, ráfagas de disparos saturaron nuestras cámaras, el ojo estaba más agudo que nunca, los reflejos afinados como daga, no podíamos fallar. Este avión no es muy común para verlo periódicamente, así que cada toma podría ser la única. La concentración era la soberana y dueña de nuestros cuerpos.
Finalmente, la gigantesca aeronave aterrizó y ya estaba en plataforma, les prometo que al verlo frente a mí, me sentí el ser más inferior del mundo. Todo ante colosal maquina, la incredulidad se amigó con la emoción. Miré a Naoto y le dije “Valió la pena”. El avión va entrando en sueño, esos motores furiosos y ruidosos iban apagándose lentamente, en ese interín, se abre la escotilla principal, la tripulación comienza a descender. El final de nuestra aventura comienza a surgir.
Como todo buen disco musical, siempre hay un bonus track, y esta historia tiene un último capítulo. Ya comenzábamos a despedirnos del ucraniano, nos esperaban otros 350 km de vuelta a casa, pero algo… algo nos decía que aguardáramos. Lo mejor estaba por venir. Lo recuerdo perfectamente, fue muy rápido, una mirada, un pedido y un Ok, la seña que cambió todo el juego. – ¡Vamos! fue la palabra que retumbó nuestros oídos, incrédulos iniciamos los primeros pasos hacia el avión, la escalera nos aguardaba, si… ¡Si! Vamos a subir, luego de esa rápida subida estábamos ahí, estábamos dentro del Antonov An-124.
Una obra de ingeniería sin precedentes, me sentí un niño en Disneyland, mi asombro le daba una enorme batalla a mi felicidad. Me tomó unos minutos encontrar mi equilibrio y empezar a disfrutar de mi entorno. Luego de recorrer a fondo la aeronave ya debíamos descender, ahora sí, la experiencia comenzaba a terminar, y el viaje de vuelta se hacia nuestro único objetivo.
Cinco y media de la tarde, cansados, molidos, pero súper felices, subimos al auto, iniciaba así el retorno. A medida que la noche se hacía nuestra compañera de viaje, por momentos el sueño se quería apoderar de nosotros, pero las risas a carcajadas por los “bloopers” del día se enfrentaron a las ganas de dormir y nos ayudaron a vencerlo, solo por querer seguir riendo como lo hacíamos.

Faltaban dos horas para la media noche, los cinco spotters lograron su objetivo, más de 600 km en un día. Recodando que hace más de 18 horas atrás, partíamos del mismo lugar, con expectativa e incertidumbre a tope. Y volvimos con cansancio y sueño, pero un sueño cumplido. Con la cámara satisfecha por las tomas que degustó y la memoria llena, de los recuerdos que nos trajimos.
Y vos, ¿qué haces por lo que te apasiona?
Hasta la próxima aventura.