Hoy en día la aviación es segura en parte debido a la larga historia de desarrollo en la que lamentablemente en muchos casos hubo víctimas que lamentar, pero en contrapartida las autoridades aeronáuticas como así también los fabricantes prometen que por cada gota de sangre derramada que esos hechos nunca más ocurrirán reforzando la seguridad y corrigiendo errores técnicos que pudieron haber causado tales hechos. Pero en los inicios, la situación era diferente a la que hoy nos acostumbra.
Corría el año 1955, específicamente el 1 de noviembre, cuando aún los fríos vientos soplaban para los viajeros que se acercaban al Aeropuerto de Stapleton, en Georgia, EE.UU., para tomar el vuelo UA629 de United Airlines con destino a la ciudad de Portland, en Oregon. Aquel día, el avión encargado de cubrir dicho trayecto sería un multimotor a pistón Douglas DC-6B relativamente nuevo. La aeronave despegó a las 18:52 horario local; cuando el reloj que adornaba la torre de control de dicho aeropuerto marcaba las 19:03, un personal de la torre observó un destello brillante de color blanco y una bengala en el cielo distante hacia el norte, en el que sería la culminación del despecho de un hijo en furia hacia su madre que viajaba en el malogrado vuelo.
El trayecto hasta la zona del impacto era dantesco, como lo describen algunos testigos que fueron primeramente alertados por la explosión que sacudió repentinamente aquella tranquila noche. Una de ellas, Conrad Hopp y su familia que se encontraban compartiendo la cena cuando las primeras explosiones hicieron temblar las ventanas. “Miramos hacia afuera y podíamos escuchar el rugido de los motores, así es como sabías que era un avión, y la bola de fuego que atravesaba el aire”, recuerda Hopp; tras lo cual su hermano y él a bordo de un Chevy del 54 fueron hasta la zona mientras esquivaban los restos que dejó la aeronave en su trayecto al suelo. Martha Hopp, que en aquel entonces novia de Conrad, también estaba compartiendo la cena con su padre cuando escuchó la explosión, tras lo cual como casi todos los demás en el condado, salieron corriendo y se dirigieron hacia los escombros. “Cuando miramos a nuestro alrededor, todos los caminos estaban iluminados, arriba en las colinas, dondequiera que mirabas había luces porque todos estaban haciendo lo mismo: ir a ver qué pasaba”, fueron las palabras de Martha.
Los relatos de los testigos se remontaban a cientos, que alertados por la situación llamaron a la policía de Longmont. Keith Cunningham quien era el jefe de dicho departamento ordenó que todos los policías y bomberos de la ciudad fueran hasta la zona del accidente, como así también a todas las ambulancias disponibles, aunque más tarde el mensaje de un patrullero lo dejó helado por completo cuando escuchó: “No se necesitan ambulancias”. El trayecto hasta el lugar de impacto era literalmente un infierno, en donde se podían observar cubiertos, papeles, restos de equipajes, comidas y hasta asientos en donde aún estaban los pasajeros amarrados de sus respectivos cinturones. Minutos antes, la aeronave Douglas DC-6B que aún se encontraba en pleno proceso de ascenso cuyos pasajeros disfrutaban de aquel hermoso anochecer por las ventanas, fue sacudida bruscamente por la explosión de unos 25 cartuchos de dinamita que estaban escondidos en una maleta haciendo pedazos a aeronave, que se ese instante se hallaba a unos 5,780 pies sobre el suelo y a ocho millas al este de Longmont. Los restos se esparcieron a lo largo de seis millas cuadradas, cerca de donde la Interestatal 25 se cruza con la Colorado 66. En este trágico accidente, que más tarde fue catalogado como el acto de asesinato en masa más mortífero en la historia de Colorado, murieron en total 44 personas a bordo, de los cuales 39 eran pasajeros, incluido un niño de 13 meses y 5 miembros de la tripulación.
Empieza la investigación
Obviamente la tarea no sería para nada fácil teniendo en cuenta que las propias autoridades encargadas de realizar la investigación no se habían topado antes con un caso tan siniestro como este. En el informe que presentó la Junta de Aeronáutica Civil detalla que la sección trasera tanto el estabilizador horizontal como vertical se encontró a unos 1.400 metros al sureste de la sección en donde están ubicados los motores y las alas que a su vez dejaron un profundo cráter en el campo, mientras la parte delantera fue encontrada a unos 180 metros de ese cráter. Todos los restos de la aeronave que se podían contar fácilmente en millones de partes fueron llevados a un almacén en el aeropuerto de Stapleton, donde los investigadores comenzaron a reconstruirla como si de un rompecabezas se tratase, alrededor de un marco de alambre de gallinero. Tras esta minuciosa labor, los investigadores llegaron a la conclusión que el accidente no fue causado por un desperfecto del aparato, sino por una tremenda explosión que literalmente partió en tres partes al avión. Más tarde identificaron la fuente de la explosión como producidas por dinamitas en el compartimento de equipajes No. 4 de cargas.
Tras le certeza de que la tragedia fue causada por un agente externo, la agencia FBI se unió en la investigación para tratar de llegar al culpable y llevarlo a la corte para pagar por las 44 almas que perdieron sus vidas aquella fría noche. Inicialmente los agentes analizaron el perfil de cada uno de los pasajeros como así también la cantidad de maletas que llevaba cada uno de ellos; de esta forma limitaría la búsqueda de los pasajeros que tenían el equipaje más dañado o el equipaje cubierto de residuos extraños. Tras las primeras investigaciones se llegó a la conclusión que la maleta de la Sra. Daisie E. King, una mujer de 54 años residente en Denver fue la que más daño sufrió; las autoridades lograron recuperar algunos artículos como cartas personales, una chequera personalizada, $1,000 en cheques de viajero, una lista de direcciones, dos llaves de cajas de seguridad, entre otros. Además, se encontraron varios recortes periodísticos en donde figuraba el nombre de su hijo, John “Jack” Gilbert Graham de 23 años que fue acusado de falsificación varios años antes por los que los fiscales de Denver lo habían colocado en la lista negra; por tal cosa, la investigación se centró en King y su familia, especialmente en la tensa relación con su hijo.
Según iban avanzando las investigaciones, testigos hablaban de una pésima relación existente entre la Sra. King y su hijo John Graham, pero lo que más llamó la atención de los agentes fue el hecho de que el hijo recibiría una herencia por parte de su madre a pesar de las tóxica relación existente entre ellos. John, cuya infancia no fue fácil, había vivido con varios miembros de su familia hasta que al cumplir 16 años se fue de la casa regresando más tarde a Denver al enterarse que su madre había abierto un restaurante y que él sería quien lo administraría. Pero las relaciones seguían empeorando debido a rumores de malversaciones del dinero del negocio por parte de John, según comentó uno de los testigos. Además, se supo que dos meses antes la tragedia, el local sufrió graves daños que John alegó que fueron causados por una línea de gas desconectada.
Tras analizar estas y otras conductas de John, las autoridades decidieron interrogar a él y a su esposa con relación a los hechos anteriores al accidente. Inicialmente John no fue nada colaborativo con las preguntas que se le hacía; en cambio fue su hermana que vivía en Alaska quien proporcionó la información de que su madre viajaba para visitarla, aunque desconocía qué pudo haber metido en sus valijas salvo algunas balas de escopetas que se usaba para cazar caribúes. Pero fue la esposa de John, Gloria Graham quien aportaría una información sumamente interesante a las autoridades con respecto de que pudo haber ocurrido. Según ella, John tenía planeado entregarle un regalo (caja de herramientas) de navidad a su madre de forma anticipada para lo cual recorrió todos los locales de la ciudad en busca de la sorpresa perfecta, tras lo cual llevó el regalo hasta el sótano de la casa en donde la Sra. King se encontraba preparando las valijas. Una vez terminado todo, subieron al Plymouth 1951 de Graham y se dirigieron al otro lado de la ciudad hacia el aeropuerto para tomar el fatídico vuelo.
Al día siguiente las autoridades del FBI decidieron llamar nuevamente a la pareja para reconocer algunos restos que se suponía pertenecían a la madre de John. Tras reconocer que efectivamente pertenecía a la Sra. King, Gloria la esposa de John fue invitada a retirarse, aunque pidieron que su esposo permanezca en la sala para algunas preguntas más. Fue en ese momento cuando las autoridades empezaron a realizar preguntas más específicas sobre el “regalo” que John había hecho a su madre como así también la razón por la cual no mencionó esa información al inicio de la investigación. También les llamó mucho la atención el hecho de que John había adquirido una póliza de seguro a nombre de su madre aquel día del vuelo. Todas estas pruebas y discrepancias en las respuestas de John fueron suficientes para las autoridades que lo declararon como el sospechoso principal. Aunque John, probablemente con la esperanza de que podía zafarse de todas las acusaciones, se sometió al polígrafo como así también permitió que las autoridades registren su propiedad, pero fue justamente en su propia casa en donde se encontraron pruebas contundentes que lo involucrarían a él. Ahí, los investigadores encontraron un pequeño rollo de alambre de cobre, similar al tipo que se encuentra en una tapa de imprimación detonante, dentro del bolsillo de una de las camisas de Graham también encontraron la póliza de seguro de viaje que Graham había comprado en el aeropuerto el día del vuelo, escondida en un cofre del dormitorio.
Finalmente, tras una ardua sesión de interrogación las historias de John fueron desmoronándose una a una, admitiendo finalmente la autoría del atentado. Según declaraciones hechas a un psiquiatra en la cárcel, John construyó una bomba de relojería conectado a 25 cartuchos de dinamita, dos cebadores eléctricos, un temporizador y una batería de seis voltios. Como todo artista que da el último toque a su obra, John deslizó la bomba casera en la maleta de su madre y aseguró el equipaje; una vez en el aeropuerto, John dejó a su esposa, hijos y a su madre en la puerta de la terminal y condujo hasta un estacionamiento cercano en donde puso el temporizador de la bomba en 90 minutos y llevó el equipaje al mostrador de la aerolínea United. La maleta tenía 37 libras de sobrepeso. Que fueron pagadas sin ninguna sospecha por la Sra. King. Mientras eso ocurría en el counter de la aerolínea, John pasaba por una máquina expendedora y pagó $1.50 por la póliza de seguro de viaje de $37,500 a nombre de su madre, y se nombró a sí mismo como beneficiario.
Más tarde, en otra entrevista con la psiquiatra, John dijo que se había dado cuenta que dentro del avión viajarían muchas personas, pero el número de pasajeros que iban a morir no hizo ninguna diferencia para él, podrían haber sido miles. “Cuando llegue su momento, no hay nada que puedan hacer al respecto”, fueron las frías palabras de John. El caso llegó a los tribunales en abril de 1956, cinco meses después de la explosión, y el juicio fue el primero en la historia de Estados Unidos en ser televisado. A pesar de que los abogados de Graham habían argumentado que su confesión había sido bajo coacción, el juez federal desestimó su moción y la confesión de John se mantuvo como principal prueba que definiría el resultado del juicio. El día 5 de mayo de 1956, el jurado deliberó durante 69 minutos y encontró culpable a Graham, recomendando la pena de muerte. Finalmente, el 11 de enero de 1957 John fue ejecutado en la cámara de gas de la Penitenciaría del Estado de Colorado.